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Dijous, 28 Març 2024

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La guerra de Ucrania vista desde África

La neutralidad interesada de Argel y Rabat

Por razones diferentes, Argelia y Marruecos no desean enemistarse con Moscú. La primera trata de reforzar el vínculo militar con el Kremlin. En Rabat prima la necesidad de asegurarse una suerte de benevolencia rusa en la cuestión del Sáhara Occidental.

por Akram Belkaïd, febrero de 2023
 
Article publicat per Le Monde diplomatique en español.
 

El 7 de noviembre, Argelia anunció oficialmente su intención de solicitar el ingreso en los BRICS, agrupación que reúne a Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica, países cuyas economías aportan, en conjunto, el 40% del producto interior bruto (PIB) mundial. La idea ya había sido planteada en julio por el presidente Abdelmajid Tebún, para quien esta petición, que ya ha recibido el aval de Moscú y Pekín, “protegerá a Argelia, pionera del principio de no alineamiento, de las fricciones entre los dos polos”. Más allá de las consideraciones económicas que rodean esta candidatura –los especialistas argelinos están divididos en cuanto a su conveniencia–, el momento elegido por Argel no es trivial. Se inscribe claramente en un enfoque diplomático que pretende aprovechar la crisis internacional fruto de la invasión de Ucrania por Rusia. Oficialmente, Argelia se mantiene neutral, de acuerdo con su principio de no injerencia en los asuntos de otros Estados. En realidad, esta postura es algo más ambigua y pretende acercarse aún más al socio ruso. Desde marzo del pasado año, la diplomacia argelina se abstiene en las resoluciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que atañen directamente a Rusia. Incluso ha votado en contra de esos textos, como ocurrió con la resolución del 8 de abril que excluía a Rusia del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

Los diplomáticos argelinos a los que hemos consultado insisten en que la abstención “no significa un apoyo incondicional a Rusia”, a diferencia del caso de países como Corea del Norte, Siria, Bielorrusia y Eritrea, los cuales rechazan sistemáticamente las resoluciones de la ONU contrarias a los intereses de Moscú. Sin embargo, al mismo tiempo, Argel, al igual que tantas otras capitales africanas, se niega a condenar a Rusia. En mayo de 2022, ambas partes renovaron por veinte años la cooperación estratégica sellada en 2001 entre los presidentes Vladímir Putin y Abdelaziz Buteflika. Es en el ámbito militar donde esta relación es más estrecha: históricamente, desde su independencia Argelia ha recurrido a la Unión Soviética (URSS) para realizar sus compras de material de defensa. En 2021, estos pedidos alcanzaron la cifra de 7000 millones de dólares, una suma que situaba al país en el tercer puesto mundial de importadores de equipos rusos, por detrás de la India y China. En 2022 se intensificaron los contactos de alto nivel en el marco de una nueva negociación por un importe de 11.000 millones de dólares, relativa, en particular, a la adquisición de cazas del tipo Sukhoi Su-75 destinados a sustituir su anticuada flota de Mig 29. Estas importantes compras permitirían a Argel reforzar sus capacidades militares en un contexto de gran tensión con su vecino y rival marroquí (1).

En un momento en el que el Ejército ruso está siendo condenado al ostracismo por Occidente, las maniobras conjuntas ruso-argelinas son cada vez más numerosas. En septiembre, uniformados argelinos participaron en los ejercicios militares denominados “Vostok 2022”, en Siberia, donde también hubo presencia de soldados chinos y bielorrusos. En octubre, buques de guerra rusos atracaron en el puerto de Argel y, en noviembre, un entrenamiento conjunto llamado “Escudo del Desierto”, no lejos de la frontera marroquí, combinó infantería argelina y fuerzas especiales rusas para simular, entre otras acciones, “la detección y eliminación de grupos terroristas”.

Evidentemente, esta proximidad no es del agrado de los occidentales. Desde las primeras semanas de la guerra, varios representantes estadounidenses y europeos, entre ellos el secretario de Estado Antony Blinken (30 de marzo) y el ministro de Asuntos Exteriores francés Jean-Yves Le Drian (13 de abril), se desplazaron a Argel para tratar de cambiar la postura argelina (2). En noviembre, un grupo de 17 eurodiputados envió una carta a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, instándola a reconsiderar el acuerdo de asociación firmado en 2005 entre Argelia y la Unión Europea (UE). Según estos parlamentarios, las relaciones militares ­argelino-rusas y las abstenciones de Argel en la ONU constituyen, para Europa, una fuente de “profunda preocupación”. Otro tanto sucede en Estados Unidos, donde una carta firmada en septiembre por 27 representantes demócratas y republicanos –entre ellos el senador Marco Rubio, posible candidato republicano a las elecciones presidenciales de 2024– pide a la Administración de Biden que imponga sanciones a Argelia por sus compras de armamento a Rusia.

Por parte argelina, para desechar estas acusaciones se utiliza el argumento habitual de la soberanía en materia de decisiones de defensa. “Los occidentales que acuden a Argel ciertamente nos hablan de Ucrania, pero también tienen en mente el suministro de hidrocarburos. Esto permite encontrar un punto de equilibrio entre nuestros intereses, especialmente en materia de defensa, y la voluntad occidental de enredarnos en un conflicto que no nos concierne”, según nos explicó un diplomático. Pues la baza argelina reside en su capacidad para suministrar una parte de los hidrocarburos que Europa ya no quiere comprar a Rusia. Italia fue el primer país en tomar la iniciativa al firmar a finales de julio de 2022 un acuerdo para importar gas natural argelino a través de un gasoducto. Desde entonces, emisarios franceses, españoles e incluso alemanes también han recalado en Argel para intentar aumentar [o conservar, en el caso de España] sus suministros en materia de energía. En octubre, la comisaria europea de Energía, Kadri Simson, llegó a proponer a las autoridades argelinas el establecimiento de una “asociación estratégica a largo plazo” para compensar una relación con Rusia “irreversiblemente quebrada”. Ironías de la historia, a finales de la década de 2000, Argelia y la UE se enfrentaron por la cuestión de los hidrocarburos: Bruselas se negaba entonces a vincular la sostenibilidad de las importaciones con la fijación de precios de compra a largo plazo arguyendo la necesidad de respetar los mecanismos de mercado.

La misma afirmación oficial de neutralidad respecto al conflicto de Ucrania se observa en Marruecos. Mucho más cercano a Occidente que su vecino argelino, Rabat se distinguió sin ­embargo al principio de la crisis por negarse a ­participar en las votaciones de las distintas resoluciones contra Rusia. Una política de la silla vacía que las autoridades marroquíes no pretendieron justificar, limitándose a recalcar su “firme adhesión al respeto de la integridad territorial, la soberanía y la unidad nacional de todos los Estados miembros de las Naciones Unidas”. En ciertos aspectos, la ecuación es simétrica para los dos gigantes del Magreb. Mientras Argelia, cercana a Rusia, se cuida de no enemistarse con Occidente garantizándole el acceso a sus hidrocarburos, Marruecos, tradicional aliado de los europeos y de Estados Unidos, debe ser cuidadoso con Rusia por dos razones principales. La primera es de naturaleza económica. Armamento aparte, Rabat es el primer socio comercial de Moscú en el continente africano. Apenas diez días después del inicio de la guerra en Ucrania, Artem Tsinamdzgvrishvili, representante comercial de la Federación Rusa en Marruecos, recordó que el volumen de los intercambios comerciales entre ambos países había aumentado un 42% en 2021: con un crecimiento del 11% para las exportaciones y del 60% para las importaciones para el reino alauí, Rusia contabiliza un excedente comercial bilateral de 778,4 millones de dólares. Inmersa en un proceso de diversificación desde hace varias décadas, la economía marroquí continúa, no obstante, dependiendo de la agricultura (14% del PIB y 70% de los empleos en las zonas rurales). Sin embargo, es principalmente en Rusia donde Rabat se abastece de los insumos y componentes minerales y orgánicos necesarios para la agricultura. Lo mismo ocurre con los metales necesarios para la industria, especialmente para la automotriz, los vehículos comerciales, los productos alimentarios (pastas, miel, carne), los electrodomésticos y la pulpa de celulosa. Resulta evidente que Marruecos no puede enemistarse con Rusia sin sufrir importantes perjuicios económicos.

La otra razón es de índole estratégica. Para el reino es una cuestión trascendental evitar que Rusia se alinee plenamente con las posiciones argelinas respecto a la cuestión del Sáhara Occidental. Mientras Rabat reivindica su soberanía sobre este territorio anteriormente colonizado por España, Argel exige que se respete el derecho del pueblo saharaui a la autodeterminación y respalda el movimiento independentista del Frente Polisario. Rusia, aunque próxima a Argelia, adopta en este asunto una posición intermedia que satisface a Rabat. Es cierto que Moscú apoya oficialmente el proceso de paz auspiciado por Naciones Unidas y el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui. Pero, al mismo tiempo, los diplomáticos rusos no dejan de recordar la posibilidad de llegar a una “solución pacífica” mediante negociaciones directas entre las partes. En octubre, Rusia incluso se abstuvo en la votación de una nueva resolución de la ONU para prorrogar un año el mandato de la Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental (MINURSO), una reserva que contradice su proclamado apoyo a los esfuerzos de paz del organismo internacional. Esta postura ambivalente de Rusia es la que Rabat no quiere alterar, consciente de que, con sanciones o sin ellas, Moscú continúa siendo miembro del Consejo de Seguridad de la ONU.

En un contexto de paz fría marcado por la ruptura de relaciones diplomáticas entre Argelia y Marruecos en 2021, Moscú se enfundó el traje de interlocutor de confianza para ambas partes. Para Argel, la alianza militar con Rusia es la garantía de un apoyo consecuente en caso de un ataque militar marroquí apoyado por Israel, signatario de los Acuerdos de Abraham con el reino alauí. Esta tesis de una agresión militar ha cobrado seriedad en Argel desde que Rabat y Tel Aviv ampliaron su cooperación a la esfera militar en noviembre de 2021. Durante una visita oficial a Casablanca el 12 de agosto de 2021, Yair Lapid, entonces ministro israelí de Asuntos Exteriores, manifestó su “preocupación por el papel desempeñado por Argelia en la región, su acercamiento a Irán y la campaña que está llevando a cabo contra la admisión de Israel en calidad de miembro observador de la Unión Africana”.

A ojos de Rabat, que rechaza cualquier intención de atacar a su vecino, Rusia se revela como el único actor susceptible de moderar los impulsos belicistas de Argelia. Un diplomático de alto rango nos recuerda que Moscú no se opone a la normalización entre los países árabes e Israel y que incluso mantiene buenas relaciones con Tel Aviv. Por tanto, se trata de que Rabat no provoque la ira del Kremlin alineándose completamente con las exigencias de Washington y los europeos. Esta realidad no se le ha escapado al presidente ucraniano Volodímir Zelenski, que cesó a su embajadora en Marruecos (30 de marzo de 2022) por considerarla culpable de no haber sabido defender mejor la causa ucraniana ante el Palacio Real y los dirigentes marroquíes.

Oficialmente neutrales, pero siempre evitando enemistarse con Moscú, cada uno por sus propias razones, Argelia y Marruecos cuentan con un fuerte sentimiento prorruso entre sus respectivas poblaciones. Sea cual fuere su origen social, Putin es percibido no tanto como un héroe sino como un estadista capaz de resistirse al diktat. Por supuesto, con frecuencia se lamenta la brutal invasión de Ucrania, pero se hace en gran parte por la subida de precios que ha provocado. No obstante, incluso cuando se condena, acto seguido terminan imponiéndose las críticas al papel que ha desempeñado la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Todavía permanecen frescas en la memoria colectiva la guerra del Golfo de 1991 y la promesa incumplida de Estados Unidos de instaurar un “nuevo orden internacional”, la invasión infundada y basada en mentiras de Irak en 2003, así como los bombardeos sobre Libia en 2011 hasta la caída del régimen de Muamar el Gadafi. Ya sea en debates televisados, especialmente en canales privados menos proclives a andarse con rodeos que sus homólogos de titularidad pública, en intercambios en redes sociales o incluso en artículos de prensa, estos episodios se esgrimen sin falta cuando se evocan conceptos como legalidad o justicia internacional. Estos actos cometidos por los estadounidenses y sus aliados también permiten acusar a la OTAN de ser la principal responsable de la actual crisis en Ucrania. Al mismo tiempo, la idea de un estancamiento ruso, o incluso de una derrota, se descarta y se atribuye a la propaganda occidental. “Los occidentales no tienen respuesta al éxito anunciado de la guerra de Putin en Ucrania. A ellos solo les quedan las extrapolaciones periodísticas y las maniobras de sus servicios secretos para ocultar o atenuar su flagrante derrota”, escribía el diario francófono argelino Le Soir el 13 de abril del pasado año.

La escasa influencia de Ucrania tanto en el Magreb como en el resto del mundo árabe no contribuye a una oleada de simpatía hacia ella. Desde que proclamó su independencia, Kiev apenas ha dedicado recursos a mejorar su imagen en la región, aunque sus universidades han admitido en los últimos años a varios centenares de estudiantes magrebíes que no podían matricularse en Europa Occidental por falta de visados. La omnipresencia mediática de Zelenski, y más recientemente de su esposa, está resultando contraproducente en el Magreb. Elogiado en Occidente, sobre todo por personalidades que en su día se mostraron favorables a la invasión de Irak o que apoyan fervientemente a Israel, el mandatario ucraniano despierta los recelos de muchos intelectuales argelinos y marroquíes. En las redes sociales, su elección como “personalidad del año” por la revista Time es objeto de mofa y se interpreta como prueba de su sometimiento a la OTAN y a Estados Unidos. Cuando prácticamente ha transcurrido un año desde que estallara el conflicto, ningún dirigente argelino o marroquí ha mantenido contactos directos con el presidente ucraniano.

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(1) Véase Lakhdar Benchiba y Omar-Lotfi Lahlou, “Continúa el pulso entre Marruecos y Argelia”Le Monde diplomatique en español, enero de 2022.

(2) “Maghreb-Ukraine (1). L’Algérie et le Maroc refusent de choisir”, Orient XXI, París, 19 de mayo de 2022.

Akram Belkaïd. Periodista.

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