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Dilluns, 14 Juliol 2025

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Lo que Israel busca en Oriente Próximo

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El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ha sido muy claro: su objetivo en Irán no es simplemente destruir las instalaciones nucleares de la República Islámica. Es un cambio de régimen por la fuerza. No para promover la democracia, sino para consolidar la posición de Israel como potencia dominante en la región.

por Akram Belkaïd, julio de 2025
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Taha Heydari. — Tightrope walking (’Funambulista’), 2023

Oriente Próximo se hunde en el caos día tras día, y hablar de la posibilidad de un incidente nuclear ya no es dar muestra de un catastrofismo infundado. Con su decisión de lanzar un ataque aéreo masivo contra la República Islámica de Irán, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu no solo ha demostrado ser coherente con sus ideas (1), sino que, sobre todo, ha elevado en varios grados las tensiones regionales y desencadenado una nueva guerra que, supuestamente, ni siquiera Estados Unidos —aliado y gran protector de Tel Aviv— deseaba.

Tras algunas vacilaciones del presidente Donald Trump, Estados Unidos ha intervenido a su vez contra la República Islámica con bombarderos estratégicos y misiles dirigidos contra las instalaciones nucleares de Teherán. Un ataque que ha desencadenado represalias iraníes contra una base estadounidense en Qatar. En el momento de publicar esta noticia, aún está por ver si Estados Unidos tiene intención de reanudar sus bombardeos, o incluso de hacer suyo uno de los objetivos proclamados por Netanyahu, para quien no se puede descartar la caída del régimen iraní. En cuanto al alto el fuego anunciado por Washington, durará lo que Netanyahu quiera. Tel Aviv precisa de la potencia de fuego estadounidense para acabar con las instalaciones nucleares y militares subterráneas de Irán. También carece de la capacidad logística para invadir territorio iraní: contrariamente a las acciones emprendidas en los últimos meses contra sus vecinos inmediatos, como el Líbano, eso obligaría a su Ejército a un largo y peligroso periplo a través de Siria e Irak.

Al margen de los factores relativos a la política interior estadounidense, la incertidumbre a propósito de la postura de Washington se explica por la vaguedad que rodea a los verdaderos objetivos de Netanyahu. Mientras su Ejército sigue sembrando la devastación en Gaza —donde el balance de muertos roza los 60.000 y una gran mayoría de la población padece hambre, consecuencia directa de un bloqueo implacable—, el jefe del Gobierno israelí anunció primero que su país busca impedir que Irán se dote del arma nuclear. Un discurso obsesivo que lleva dos décadas repitiéndose y que ya no sorprende a nadie, pero cuya veracidad está aún por demostrar.

Horas antes del inicio de las hostilidades, Washington y Teherán negociaban en Omán un acuerdo marco sobre el programa de desarrollo nuclear iraní y, contrariamente a las numerosas afirmaciones de Netanyahu, no existe prueba oficial alguna —tampoco por parte del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA)— que confirme que Irán está en condiciones de fabricar una bomba nuclear de forma inminente (2). Cierto es que, en su informe del pasado 31 de mayo, el OIEA consideraba que las reservas de material enriquecido iraní se situaban en un nivel de concentración cercano al 60%, es decir, en dos tercios del 90% necesario para elaborar un arma nuclear.

Aún así, Irán tendría que disponer de las necesarias capacidades militares y de ingeniería para explotar esas reservas y realizar las diversas simulaciones precisas antes de pasar a la fase de las pruebas reales. Dejando al margen a los “expertos” mediáticos movilizados por Israel y sus valedores en Occidente, que llevan casi tres décadas anunciando que Irán está “a apenas unos meses de tener la bomba”, la mayoría de los especialistas juzgan que Teherán necesita entre uno y cinco años para lograr tal cosa.

El 25 de marzo, durante una declaración ante el Congreso estadounidense, Tulsi Gabbard, la directora de Inteligencia Nacional, admitía que Irán había aumentado considerablemente sus capacidades balísticas convencionales, pero rechazó categóricamente la idea de que el país se hubiera propuesto construir una bomba (3). Cerca de dos meses después, Trump le llevaba la contraria de forma abrupta: “Me da igual lo que diga —afirmó ante los periodistas—. Creo que [los iraníes] estaban muy cerca de tenerla [la bomba]” (4).

Conviene también recordar que la República Islámica siempre ha afirmado querer desarrollar un programa civil a la vez que negaba que quisiera dotarse del arma atómica. En 2003, Alí Jamenei, el líder supremo iraní, decretó una fetua (pronunciamiento legal) oficializada en 2005 en la que prohibía el uso de armas de destrucción masiva, cuya utilización calificaba de “gran pecado” en el sentido de que ofrece al ser humano la posibilidad de usurparle a Dios su poder destructor (5). En cuanto a Israel —que se niega a hacer comentarios al respecto—, se cree que dispone de 90 ojivas nucleares.

Algunas voces pertenecientes a su clase política han llegado a reclamar el uso de estas armas si las respuestas iraníes aumentan de intensidad o sus dirigentes se niegan a hincar la rodilla. No cuesta imaginar las consecuencias internacionales de una acción de este calibre, cosa que, por lo demás, Netanyahu nunca ha descartado por completo. Las informaciones contradictorias sobre Pakistán —un país que también posee el arma atómica— y la posibilidad de que acuda en ayuda de Irán añaden aún mayor incertidumbre en un contexto en el que ni China ni Rusia parecen querer implicarse en esta crisis.

No cabe duda de que impedir a Irán dotarse de una bomba —por rudimentaria que sea— no es el único objetivo de Netanyahu. Al abrir un nuevo frente y sumir a su país en la angustia de los bombardeos, se ha dado a sí mismo un muy bienvenido respiro: ¿quién va a llevar ante la justicia o exigir la dimisión de un primer ministro en tiempos de guerra? Muy criticado en las últimas semanas, ha logrado la hazaña de impedir toda investigación oficial sobre las deficiencias del Ejército y de los servicios de seguridad en vísperas de los ataques del 7 de octubre de 2023. También sigue jugando al gato y al ratón con la justicia de su país, y su decisión de atacar Irán incluso le ha aportado un aumento de popularidad. Pero, al margen de su supervivencia política, Netanyahu —como buen ideólogo que rechaza la creación de un Estado palestino— considera que ha llegado la hora de que Israel ponga en vereda a sus enemigos, y no solo a Irán.

Respaldado por la impunidad de la que goza su país pese a los crímenes de guerra cometidos contra la población civil en Gaza y en el Líbano, donde el Ejército israelí sigue ocupando una porción de territorio y violando repetidamente el alto el fuego al que se llegó en noviembre de 2024, al primer ministro israelí no le duelen prendas en declarar que su propósito es hacer caer el régimen teocrático. Incluso ha hecho un llamamiento a los iraníes para que se alcen contra sus dirigentes. En una entrevista concedida a la cadena estadounidense ABC, consideró la opción de eliminar a Jamenei: “Algo así no agravaría el conflicto, sino que le pondría fin”. Hace un año, una declaración como esa hubiera semejado una bravuconada irresponsable, pero la muerte en septiembre del pasado año del jeque Hasan Nasralá —el líder del partido libanés Hezbolá— en un bombardeo israelí destinado específicamente a acabar con él demuestra que Tel Aviv ya no se priva de nada. Netanyahu no tiene nada que temer de una “comunidad internacional” que parece admitir que pueda amenazarse de muerte al dirigente de otro país.

Acuñado por Estados Unidos a finales de la década de 1990 para meter en cintura a sus adversarios —como en el caso, sobre todo, del Irak de Sadam Husein, sometido en 2003 a una invasión militar angloestadounidense basada en pretextos falsos—, el concepto de cambio de régimen por la fuerza es hoy utilizado por Israel para torcer el brazo de los países árabes y musulmanes que siguen negándose a normalizar sus relaciones mientras no se llegue a una solución justa para la cuestión palestina. Hasta ahora, Tel Aviv se conformaba con el activismo diplomático de Estados Unidos, pero en la actualidad se dedica a sacar músculo. Y el mensaje no puede ser más claro: el destino de Gaza y Hamás, el del Líbano y Hezbolá, puede repetirse por todas partes.

Esta actitud belicista, ya presente durante la presidencia de Joseph Biden, se ha visto reafirmada desde el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. La adhesión de Bahréin, los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Marruecos a los Acuerdos de Abraham en 2020 abrieron el camino, y la diplomacia estadounidense es cada vez más pertinaz y agresiva a este propósito. No es casualidad que Abu Mohamed al Golani, el actual presidente interino de Siria —que busca conciliarse con Estados Unidos—, evite toda confrontación con su vecino pese a que ocupa parte de su territorio y exige un desarme de sus regiones del sur. En Argelia, un país que durante mucho tiempo fue uno de los pilares del “frente del rechazo” contra Tel Aviv, su presidente Abdelmajid Tebún dejó desconcertados a muchos de sus conciudadanos al declarar, el pasado 2 de febrero en una entrevista al periódico francés L’Opinion, que “Argelia estará dispuesta a normalizar sus relaciones con Israel el mismo día en que haya un Estado palestino”. Una concesión que contrasta con la habitual hostilidad hacia un Estado hebreo y cuyo fin es ganarse la benevolencia de Washington en un momento en que a Argel le preocupa el acercamiento militar entre su vecino marroquí y Tel Aviv. Según los medios diplomáticos locales, el nuevo embajador estadounidense en Túnez, Bill Bazzi —exmilitar próximo a Trump— tiene como misión obligar al país a entablar un diálogo con Israel.

La apuesta de Netanyahu en relación con Irán reposa en un postulado y un cálculo. El primero consiste en creer que un nuevo poder en Teherán no podrá sino hacer la paz con Israel, y que la población se conformará con ello. Pero eso no significa que Tel Aviv desee un Irán democrático, ya que el cálculo —poco confesable— se basa en la convicción de que un régimen autoritario, pero en paz con Israel, sería preferible a una democracia. El caso egipcio respalda esta certeza: ¿qué sería del acuerdo de paz entre Tel Aviv y El Cairo si el día de mañana el poder de Abdelfatá al Sisi se viera sustituido por una democracia, habida cuenta de que la población, hoy privada en gran parte de derechos, sigue siendo hostil hacia Israel? De momento, las autoridades egipcias ya han tenido ocasión de demostrar a quién deben lealtad al impedir que cientos de activistas llegados de todo el mundo marcharan pacífica y solidariamente hacia Gaza.

Netanyahu y los suyos saben muy bien que Israel nunca será del todo aceptado por las poblaciones de la región mientras no se haga justicia con los palestinos. De ahí que “la única democracia de Oriente Próximo”, como suelen llamarlo sus turiferarios, necesite que los regímenes de sus vecinos sigan siendo dictaduras y, si se muestran díscolos, pedir ayuda a Occidente. La única amenaza para Israel sería estar rodeado de democracias y que el derecho internacional siguiera vigente. Israel, que se está convirtiendo poco a poco en una Esparta cuya pasión y razón de ser es hacer la guerra, puede estar tranquilo.

(1) Véase “Israel-Irán, la guerra que viene”Le Monde diplomatique en español, mayo de 2024.

(2) David Gritten, “Was Iran months away from producing a nuclear bomb?”, BBC, 14 de junio de 2025, www.bbc.com

(3) DNI Gabbard Opening Statement for the SSCI As Prepared on the 2025 Annual Threat Assessment of the U. S. Intelligence Community”, Oficina de la Directora de Inteligencia Nacional, 25 de marzo 2025, www.dni.gov

(4) Jonathan Landay, “Trump contradicts spy chief Tulsi Gabbard on Iran’s nuclear program”, Reuters, 17 de junio de 2025.

(5) Bertrand Besancenot, “La fatwa de Khamenei excluant une bombe nucléaire iranienne est-elle toujours d’actualité?”, 20 de septiembre de 2024, www.eslrivington.com

Akram Belkaïd

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