No deja de ser extraña la reiterada negativa del PP a aprobar una comisión parlamentaria que aclare de una vez la masacre de más de siete mil ancianos fallecidos en las residencias de la Comunidad de Madrid durante la primera ola de la covid-19. Más que nada, porque una comisión parlamentaria jamás ha servido para aclarar nada. Por lo demás, cuando hay que investigar gilipolleces del calibre de una tarjeta de memoria relacionada con Pablo Iglesias o la posible contratación de una niñera a cargo de Podemos, no se escatiman recursos judiciales, abogados, fiscales, dinero y tiempo de los contribuyentes hasta el punto de tirarse años y años en los juzgados con el único fin de marear la perdiz y copar portadas. Tener entretenido al personal es el objetivo número uno de la política posmoderna, pero resulta complicado entretener a la gente investigando la muerte en extrañas circunstancias de más de siete mil ancianos.

El problema es que la circunstancias aquí no eran nada extrañas y que no haría falta una comisión de investigación ni una pesquisa policial ni una orden de la magistratura para saber lo que les ocurrió a todos esos pobres viejos. Basta con leer el folio del protocolo sanitario de la Comunidad que impedía trasladar ancianos a los hospitales, sumar dos y dos y la investigación se habría acabado; todos los bulos y exabruptos vertidos sobre la figura del entonces vicepresidente del gobierno iban a evaporarse como un pedo en el aire, con la misma facilidad de aquel video en el que Isabel Díaz Ayuso reconoció sin querer que ella estaba a cargo de la gestión de las residencias y luego le echó la culpa a la periodista por dejarle seguir hablando.

 

Ahora ha salido Enrique Ossorio, vicepresidente de la Comunidad y mano derecha de Ayuso, a explicar que lo de la comisión de investigación sólo tiene interés electoral y que además las familias de las víctimas ya lo han superado. Sin un gramo de vergüenza ni una brizna de remordimiento, con dos cojones. Estaría feo recordar a los familiares, una vez más, que sus padres, madres, abuelos o abuelas murieron boqueando por falta de aire en una espantosa agonía sólo para que no ocuparan las camas y bombonas de oxígeno de los pacientes más jóvenes y así ahorrarnos a los madrileños unos innecesarios gastos sanitarios. Total, iban a morirse más temprano o más tarde, así que no hay que darle muchas vueltas a un asunto que, afinando mucho, sólo podría defenderse como un experimento de eutanasia masiva en el que se les fue un poco la mano.

Sin embargo, no le falta razón a Ossorio al comentar que lo mejor es olvidar y pasar página. A una ciudadanía que no le conmueven los ciento y pico mil muertos enterrados en las cunetas, más las incontables atrocidades de las comisarías durante cuatro décadas, tampoco es que vaya a rasgarse las vestiduras por siete mil ancianos borrados de un plumazo. De hecho, en las elecciones autonómicas que se celebraron poco después, los madrileños decidieron olvidarse en bloque de esta sigilosa operación de eutanasia y votar por la libertad de tomar cañas al sol, porque en Madrid sol no falta. Hay familiares que le darán vueltas toda la vida a cómo fueron los últimos momentos de sus seres queridos, esa angustia terminal de permanecer solos y condenados, encerrados en un cuarto mientras se preguntaban por qué los habían abandonado. Joder, que se tomen otra caña.