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Dissabte, 20 abril 2024

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Inflación, beneficios excepcionales, crisis energética

La economía mundial en ‘shock’

La guerra en Ucrania y las sanciones contra Moscú avivan la inflación, especialmente en el Viejo Continente. Para hacerle frente, el Banco Central Europeo está promoviendo una desaceleración de la actividad a costa de una mayor tasa de desempleo. La zona euro se asoma a la recesión, mientras que el corazón de la economía china ya late al ralentí. Solo los oligopolios de la energía se frotan las manos.

por Raúl Sampognaro, octubre de 2022
 
Articulo publicado en el mensual Le Monde Diplomatique en español.
 
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Selçuk

En el verano de 2022, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha rebajado sus perspectivas para la economía mundial (1). La institución con sede en Washington prevé ahora que el producto interior bruto (PIB) mundial para 2023 sea dos puntos porcentuales inferior a lo que auguraba en enero (es decir, una corrección más radical que la realizada por la organización en 2008 tras la quiebra del banco Lehman Bro­thers). Tal rebaja representa un déficit de actividad de más de 1,7 billones de dólares, una sacudida del tamaño de la economía canadiense.

Esta recesión económica afecta por supuesto a la economía francesa. En el Consejo de Ministros del 24 de agosto, el presidente francés, Emmanuel Macron, alertó al Gobierno del “fin de aquello que podía parecer una forma de abundancia”. En espacio de unos pocos meses, llama la atención el cambio de tono. Durante la campaña electoral, el presidente-candidato anunciaba el pleno empleo para 2027. Este optimismo podía respaldarse en indicadores relativamente halagüeños: el PIB trimestral había recobrado, ya en el tercer trimestre de 2021, su nivel anterior a la crisis de la covid. A finales de 2021, la tasa de empleo se situaba tres puntos por encima de su pico anterior. Si la deflagración provocada por la pandemia fue brutal, el posterior rebote fue igualmente espectacular. Un clima de euforia envolvía a los líderes mundiales. No les cabía la menor duda: la respuesta firme y coordinada de política económica y el despliegue de las nuevas tecnologías (vacunas de última generación, digitalización de las empresas) así como de nuevas formas de organización (teletrabajo) habían servido de escudo a la economía. Con el levantamiento gradual de las restricciones, el crecimiento volvía a la senda anterior a la covid.

A lo largo de 2021 empezaron a surgir problemas, aún en parte solapados por la vigorosa normalización de la producción. Sucesivas oleadas epidémicas afectaron erráticamente las distintas zonas del planeta. Cada nueva oleada causaba daños en un área de la economía mundial y perturbaba diferentes eslabones de las cadenas de producción. Tras varias décadas de globalización, estas cadenas eran ya más largas y complejas. Las dificultades de suministro se multiplicaron y, al agotarse ciertos componentes, algunos procesos de producción se detuvieron, siendo el ejemplo más comentado el de los microprocesadores (2). Y cuando sí se podía asegurar la producción, el cierre de los puertos y la ralentización de las conexiones aéreas alteraban el flujo de mercancías.

Problemas de abastecimiento

Las multinacionales del transporte aprovecharon la situación para restringir la oferta y aumentar brutalmente las tarifas. El Freightos Baltic Index, que mide el coste medio del transporte de un contenedor, pasó de 1400 dólares (3) en enero de 2020 a 11.000 dólares en septiembre de 2021. A mediados de septiembre de 2022, aún se mantiene por encima de su valor anterior a la covid (en 4700 dólares). Poco a poco, el aumento del precio de los consumos intermedios se ha propagado en las distintas etapas de los procesos de producción. Para agravar el problema, la especulación ha encarecido las materias primas. En diciembre de 2021, el índice de precios del FMI en ese sector se situaba un 56% por encima de su nivel de diciembre de 2019.


Simultáneamente, la política presupuestaria estadounidense ha añadido una presión adicional a la economía mundial. La versión estadounidense del “cueste lo que cueste” no se ha conformado con mantener el poder adquisitivo de la población, sino que le ha dado un buen empujón. Las compras de los hogares han sido impactantes, pese a la explosión del desempleo. En este contexto, la demanda de los consumidores estadounidenses no ha decaído, especialmente en lo que respecta a los bienes, producidos la mayor parte de ellos en el ­extranjero. Esto ha provocado que las multinacionales reorientasen el flujo de mercancías hacia el mercado ­estadounidense, con la consiguiente agravación de las dificultades de abastecimiento en el resto del mundo.

Los responsables políticos no ignoraron estas tensiones, pero consi­deraron que serían temporales. Se esperaba que las cadenas de suministro se volvieran a sincronizar cuando la vida regresara a sus cauces normales. Pero nuevas sacudidas hicieron saltar las alarmas. Por un lado, la ­política china de “cero covid” resultó ­cada vez más difícil de aplicar con la aparición de la variante Ómicron, ­altamente contagiosa. Esto implicó medidas restrictivas cada vez más masivas, que afectaron el corazón de la economía china (especialmente las ciudades de Chengdu y Shenzhen). Por otro lado, la invasión rusa de Ucrania ha redundado en una nueva explosión del precio de las materias primas energéticas y en el riesgo de que se produzcan cortes en el suministro de recursos esenciales, en particular el gas. El índice de precios de las materias primas energéticas calculado por el FMI aumentó un 43% en el primer semestre de 2022. Se sitúa ahora un 162% por encima de su nivel anterior a la covid.

Francia no es una isla: estas sacudidas globales han impactado de lleno en su economía. La inflación, medida por el índice de precios al consumo, era del 5,9% en agosto de 2022 y debería rozar el 7% a finales de año, según previsiones del Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos (INSEE) francés. No se registraba tal nivel desde la década de 1970. En los últimos meses, la inflación se explicaba principalmente por el aumento de la factura energética que pagan los hogares. Estos precios se dispararon un 23% en un año, pese al escudo tarifario, una ayuda concertada que el Gobierno puso en marcha durante el año. Ahora, las subidas repercuten ya en toda la cesta de consumo de los hogares. El precio de los alimentos se está disparando, y esto augura meses difíciles para la población más pobre. Según las encuestas del INSEE, los hogares franceses son muy pesimistas sobre la evolución futura de la economía, y en sus gastos se constata. Para sorpresa general de los expertos, el PIB francés se contrajo un 0,2% en el primer trimestre de 2022, como consecuencia de un menor consumo de los hogares.

El oligopolio de las energéticas

Y como si la situación mundial no fuera ya lo suficientemente tensa, Francia, pese a su relativa independencia del gas ruso, está en primera línea de la crisis energética. Tras años de falta de inversión, el parque nuclear está en horas bajas. El cumplimiento de los plazos en las obras de mantenimiento de los reactores determinará en gran medida la dinámica económica de los próximos meses. Para el operador de la red de transporte de electricidad (RTE), “el riesgo de apagones no puede descartarse por completo” (4). Las autoridades hacen llamamientos a la sobriedad energética y ya hay temor ante los rigores invernales. Está por cierto en entredicho la continuidad del servicio público de energía. De lo que no cabe duda es de que los hogares sufrirán un aumento en sus facturas de electricidad y gas, que hoy por hoy representan el 5% de sus gastos. Según anunció la primera ministra francesa, Élisabeth Borne, el escudo tarifario se aligerará en 2023 con el compromiso de que los aumentos se limitarán al 15%. En 2022, el sistema permitió limitar los aumentos al 4%.

Así las cosas, los beneficios en los sectores de la energía, del refinado y de los servicios de transporte se han disparado en proporciones históricas. Según los datos publicados por el INSEE, las ganancias acumuladas de estos tres sectores representan 6,6 puntos del valor añadido producido por la economía en el segundo trimestre de 2022, es decir, una fracción considerable de la producción de riqueza francesa. Antes del estallido de la pandemia, representaban 3,6 puntos del valor añadido y nunca habían superado el 3,8 (5). De modo que lo que se está produciendo es una transferencia masiva de recursos: de los bolsillos de los asalariados y del resto del tejido productivo a lo que cada vez más tiene la traza de un sector rentista. Y el caso es que estos beneficios no reflejan ninguna innovación o asunción de riesgos en particular. Por el contrario, se trata de sectores muy concentrados gobernados por oligopolios. Las empresas de este ramo se benefician de su posición especial y penalizan al resto de la economía. Con la escasez y la pérdida de poder adquisitivo que se avecina para una gran parte de la población, parece difícil evitar un impuesto sobre estos beneficios caídos del cielo. En Francia, en el primer semestre del año, los ingresos de estos tres sectores aumentaron en 40.000 millones de euros respecto al mismo periodo de 2019. A modo de comparación, el presupuesto público para mitigar los efectos de la subida de los precios de la energía en 2023 es de 18.000 millones de euros.

Más allá de esta distorsión en el reparto del valor añadido, surge una dificultad adicional. Las subidas de precios afectan principalmente los productos importados. La pérdida de poder adquisitivo sufrida beneficia por tanto en gran medida a actores extranjeros y queda sustraída del circuito de la economía nacional. Según el INSEE, la evolución desfavorable del precio de los productos importados, especialmente los energéticos, reduciría la renta nacional en 1,5 puntos del PIB (6). Esto se traduce en un fuerte deterioro del déficit comercial de bienes y servicios, que alcanzó un nivel récord en el segundo trimestre de 2022, superando los 4 puntos de PIB. En estas condiciones, todo invita a diseñar una estrategia ambiciosa que limite la dependencia de los combustibles fósiles, tanto desde el punto de vista medioambiental como económico.

El Banco Central Europeo (BCE) y la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) muestran preocupación por el alza disparada de los precios. Estas instituciones, que tienen el mandato de luchar contra la inflación y, en el caso de la segunda, el desempleo, ven con malos ojos la evolución del índice de precios al consumo. La rápida subida de los tipos directores es una clara señal de que el endurecimiento de la política monetaria está en marcha. Y esto probablemente solo es el principio. En la reunión anual de los banqueros centrales en Jackson Hole (Wyoming), el presidente de la Fed advirtió que la prevista subida de los tipos de interés “causará dificultades a los hogares y a las empresas. Estos son los desafortunados costes de la reducción de la inflación”.

Una verdadera crisis de la globalización

Este enfoque es cuestionable: las palancas de acción de los bancos centrales son ineficaces para hacer frente a las tensiones provocadas por las dificultades de suministro y el disparado precio de la energía. No obstante, parece que los banqueros centrales se sienten obligados a actuar para preservar su credibilidad, especialmente el BCE.

Así, para cumplir los objetivos de inflación, los bancos centrales no tienen más remedio que limitar la subida de los demás precios de la economía.

Para ello, la idea sería “suscitar” un entorno recesivo lo suficientemente fuerte como para moderar las demandas salariales. Así se evitaría la activación de una espiral “precios-salarios”, de la que no hay ningún ­indicio a día de hoy.

Al aumentar el coste del crédito, los Gobiernos tienen menos margen de maniobra ­para mantener a flote el poder adquisitivo de los hogares. Por ironías de la vida, esta nueva situación probablemente va a amargar a los especuladores financieros, acostumbrados a financiar sus arriesgadas apuestas mediante liquidez barata (7). La estrepitosa caída de las criptomonedas es solo la manifestación más caricaturesca de este proceso.

Si las tensiones actuales se convierten en una crisis financiera, la magnitud de la recesión que cabe augurar subirá de escala. A diferencia de la crisis de las subprime, en la que las economías emergentes se vieron relativamente preservadas porque se apoyaban en el dinamismo de China, la crisis actual afectará el planeta en su totalidad. Lo que estamos viviendo, por lo tanto, es una verdadera crisis de la globalización, que desnuda todas sus vulnerabilidades. El surgimiento del virus ha evidenciado que la crisis global guarda estrecha relación con la crisis ambiental sistémica, en particular con la sobreexplotación de los entornos naturales en los países emergentes (8).

El atascamiento de las cadenas de suministro propaga las sacudidas en el mundo entero, y estas se agravan por efecto del poder de mercado de unas pocas multinacionales. Por último y con toda probabilidad, los propios fundamentos de la gobernanza que ha regido la política económica en las últimas décadas van a amplificar las tensiones. Todo hace pensar que ya es hora de cambiar de paradigma si se quiere evitar lo peor...

(1) “Un panorama sombrío y más incierto”, Informes de perspectivas de la economía mundial, FMI, Washington DC, julio de 2022.

(2) Léase Evgeny Morozov, “Los semiconductores, en el centro de una batalla mundial”Le Monde diplomatique en español, agosto de 2021.

(3) A fecha del 20 de septiembre de 2022, un dólar valía un euro.

(4) Conferencia de prensa del 14 de septiembre de 2022.

(5) Cuentas de la Nación publicadas por el INSEE.

(6) Victor Amoureux, Nicolas Carnot y Thomas Laurent, “Termes de l’échange et revenu intérieur réel: mesurer le pouvoir d’achat de la nation”, Le blog de l’INSEE, 9 de septiembre de 2022.

(7) Léase Frédéric Lemaire, “Esa deuda que adoran los acreedores”Le Monde diplomatique en español, septiembre de 2021.

(8) Andreas Malm, El murciélago y el capital: coronavirus, cambio climático y guerra social, Errata Naturae, Madrid, 2020.

Raúl Sampognaro

Economista del Departamento de Análisis y Previsión del Observatorio Francés de Coyunturas Económicas (OFCE).


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