Allende sigue vivo en la mente de todos los trabajadores del mundo.

Dos fantasmas recorren Chile

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Resumen del artículo publicado en Le Monde Diplomatique en español

En plena Guerra Fría, la experiencia de la “vía chilena hacia el socialismo” duró menos de tres años (de noviembre de 1970 a septiembre de 1973), pero también transformó el país andino de nueve millones de habitantes y fascinó al mundo intelectual y militante de una punta a otra del planeta. Las izquierdas (reunidas en torno al Partido Socialista y al Partido Comunista) que en 1969 estuvieron en el origen de la coalición que adoptaría el nombre de Unidad Popular (UP) propusieron una transición hacia el socialismo a la vez democrática y revolucionaria, institucional, electoral y no armada: de lo que se trataba no era ya de apostar por la guerrilla y los Kaláshnikov, sino por la movilización de las clases populares y el movimiento obrero. Basándose en lo que consideraban –erróneamente– una tradición histórica legitimista del Ejército y en cierta flexibilidad del Estado chileno, Allende y los suyos eran de la opinión de que los militares respetarían el sufragio universal y que sería posible imponer la voluntad mayoritaria a la oligarquía sin pegar un solo tiro. Muy alejada de las decisiones estratégicas de la Revolución cubana, aquella apuesta por la ruptura legalista fue juzgada suicida por la izquierda extraparlamentaria, en la cual se contaba el joven Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) dirigido en aquel entonces por Miguel Enríquez....

..........La victoria de Allende del 4 de septiembre de 1970 (con una muy relativa mayoría del 36,6% de los votos) frente al candidato de la derecha y el democristiano suscitó una enorme ola de esperanza. Las “cuarenta medidas” del Gobierno, adoptadas nada más comenzar su mandato, estaban dirigidas a estimular el crecimiento, redistribuir la riqueza –de un modo muy ambicioso–, subir los salarios, profundizar en la reforma agraria iniciada por el Gobierno anterior o poner los principales recursos nacionales (en especial los mineros) bajo el control del Estado. La nacionalización de varias decenas de grandes empresas y del 90% de los bancos permitió la creación de un área de propiedad social (APS) donde se puso en marcha un sistema de cogestión entre empleados y administraciones públicas. El sector privado siguió estando, sin embargo, bien presente en la economía nacional. El país vivía un ambiente de efervescencia: se multiplicaban las huelgas y las ocupaciones de tierras y fábricas… pero la izquierda seguía siendo minoritaria en el Parlamento.

La burguesía y los grandes propietarios reaccionaron frente a las políticas de la coalición como los vampiros al ajo: temblando de miedo. El 6 de noviembre de 1970, el presidente estadounidense Richard Nixon declaró ante el Consejo de Seguridad Nacional: “Nuestra mayor preocupación con Chile es el hecho de que [Allende] pueda consolidar su poder y que el mundo tenga la impresión de que está teniendo éxito. […] No debemos permitir que América Latina crea que puede emprender ese camino sin sufrir las consecuencias”. El presidente chileno había asumido el cargo dos días antes. En 1971, la expropiación del cobre (recurso del que Chile es la primera reserva mundial), por entonces en manos de empresas estadounidenses, fue interpretada por la Casa Blanca como una declaración de guerra. Por si fuera poco, Allende se afirmó como líder de los países no alineados. Y defendió el derecho a la autodeterminación de los países colonizados y denunció el sistema financiero internacional. Muy pronto, la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la Embajada de Estados Unidos en Chile y poderosas multinacionales afectadas por las nacionalizaciones conspiraron para abatir en pleno vuelo aquel experimento tan original como radical.....

.....En la mañana del 11 de septiembre de 1973, con el apoyo de la Administración de Nixon y también —hoy ya lo sabemos— de la dictadura brasileña (4), las diferentes ramas del Ejército chileno se alzaron en armas. La izquierda se encontraba desarmada, tanto en lo político como en lo militar. La batalla de Chile llegó a un trágico fin (5). La dictadura cívico-militar, sustentada en un catolicismo nacional-conservador y en la doctrina de la seguridad nacional, cerró el Parlamento, reprimió sangrientamente los sindicatos, decretó el estado de sitio, practicó la censura… Sobre el país se abatió el terrorismo de Estado en su lucha contra el “cáncer marxista”. Durante dieciséis años, los militares y la policía política torturaron a decenas de miles de personas y asesinaron a más de 3200, de las cuales más de mil siguen hoy considerándose “detenidos desaparecidos”, habida cuenta de que nunca se hallaron sus cuerpos. Cientos de miles de personas se vieron obligadas a partir al exilio. Este periodo de brutalidad en masa coincidió, desde 1975, con el de una terapia de choque económica que transformó a Chile en un laboratorio a cielo abierto del neoliberalismo: el país se convirtió en un prototipo creado por los “Chicago Boys” a partir de las teorías monetaristas tan apreciadas por el economista Milton Friedman.

Cincuenta años después del golpe de Estado, la guerra por la memoria sigue haciendo estragos en un país profundamente fracturado. Es cierto que, apoyado por el Partido Comunista, Gabriel Boric (al frente de la coalición Frente Amplio, y con un programa crítico hacia el neoliberalismo) logró vencer en las elecciones presidenciales de 2021, con el 56% de los votos, a José Antonio Kast, el candidato de extrema derecha del Partido Republicano (6); pero también lo es que Kast se puso en cabeza en la primera vuelta, dejando muy atrás a los partidos tradicionales. Admirador declarado del general Pinochet, el hombre fuerte de la derecha chilena es asimismo hijo de un antiguo teniente nazi que huyó de Europa. Católico fundamentalista, tanto él como su familia apoyaron la dictadura, de la cual uno de sus hermanos llegó incluso a ser ministro. Por su parte, aunque Boric no duda en poner a Allende como ejemplo, lo hace sobre todo para pedir respeto por las instituciones y los derechos ­humanos frente a quienes asesinaron la democracia en 1973, no para exaltar su figura de antiimperialista militante. Sin mayoría parlamentaria, sin verdadera vinculación con los movimientos populares y con una parte de su coalición metida en un escándalo de corrupción, Boric gobierna desde el “extremo centro”, muy lejos de las “grandes alamedas” imaginadas por Allende.

Y eso que, hace dos años, el fin de las herencias autoritarias y el neoliberalismo parecía posible gracias a la fuerza que cobró el gran levantamiento social de octubre de 2019. Desde entonces, los que avanzan viento en popa son los reaccionarios. Tras el masivo rechazo —en un referéndum celebrado en 2022— a un proyecto de Constitución feminista y progresista, es el Partido Republicano, paradójicamente, el encargado ahora de dirigir la redacción de una nueva carta magna tras sus excelentes resultados en las elecciones constituyentes de mayo de 2023. Es así como los “hijos” de Pinochet han acabado asumiendo la responsabilidad de reemplazar la Constitución de 1980, concebida por su mentor…

Dos fantasmas siguen acechando la política chilena y trazando caminos divergentes para el país: un antiguo dictador fallecido en 2006 que nunca fue juzgado y un socialista pacifista que murió con las manos aferradas a una ametralladora. Cincuenta años después, Chile todavía duda…

Por qué no fracasó el gobierno de Salvador Allende

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por Marcos Roitman Rosenmann, septiembre de 2023

Publicado en Le Monde Diplomatique en español.

Resumen extraido de un extracto de Por qué no fracasó el gobierno de Salvador Allende, Sequitur, Madrid, 2023.
© Le Monde diplomatique en español

....Hoy, científicos sociales, socialdemócratas, excomunistas, democristianos, exmarxistas y defensores del gobierno de Gabriel Boric unen esfuerzos para mantener vigente la premisa del fracaso y la derrota política de la Unidad Popular. En este desatino, el presidente Boric recomienda la lectura de Daniel Mansuy, hombre de la derecha pinochetista, para revisar el periodo de la Unidad Popular: “desde la izquierda tenemos que ser capaces de analizarlo con mucho más detalle y no solo desde una perspectiva mítica”. La respuesta a tal consejo la dio el premio nacional de arquitectura Miguel Lawner: “El presidente Boric os recomienda leer el libro del (…) nieto del exalmirante Ismael Huerta, uno de los principales instigadores del golpe de Estado de 1973. Se trata –nada menos– de quien le trajo a Pinochet el ultimátum formulado por José Toribio Merino para unirse al golpe de Estado, que tendría lugar con o sin su participación”.

Para el actual gobierno del Frente Amplio, la Unidad Popular y Salvador Allende no buscaron el ansiado consenso democrático. ¿Pensará el presidente Boric que un consenso democrático debe incluir a las clases dominantes, es decir, latifundistas, empresarios, terratenientes, banqueros y la burguesía local? Parece olvidar que la Unidad Popular fue una propuesta popular, de las clases trabajadoras. Le recordamos las palabras de Salvador Allende: “En el año 1938, luchábamos por ser la izquierda de un régimen y de un sistema. En 1970 no luchamos por ser la izquierda de un régimen capitalista, luchamos por sustituir el régimen capitalista”. Gabriel Boric pasa por alto que el capitalismo es un orden de dominación y explotación que se articula sobre la contradicción capital-trabajo. Aún no se ha inventado el modo de producción democrático. En la realidad, el golpe de Estado se urdió en tanto la UP ganaba terreno, salía victoriosa de los embates de la derecha a pesar de los errores. La premisa para analizar el periodo debe ser: la caída del gobierno de la Unidad Popular fue únicamente responsabilidad de quienes rompieron el orden constitucional. En Chile, el 11 de septiembre de 1973, una tiranía civil-militar se impuso por la fuerza de las armas.

Aporte a la memoria histórica. El GAP Grupo de Amigos Personales de la vida y de la muerte de Salvador Allende



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