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Dissabte, 09 Novembre 2024

Asociación Cultural Las Afueras
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Gemma Tarafa Orpinell, regidora de salut, envelliment i cures, explicant el nou contracte SAD (Servei d'Ajuda a Domicili), en la roda de premsa celebrada el passat 19 de desembre, a les dependències de l'Ajuntament de Barcelona.

Laura Pérez Castaño, tinenta d'alcaldia de drets

Ramon Sanvisens Marfull fa vibrar, en les seves obres, els sembrats, les oliveres, les vinyes, els ametllers, el mar,  amb una explosió de colors blaus, grocs i vermells.

Ramon Sanvisens va néixer a Barcelona, al barri del Clot, al 1917. Baltasar Porcel descriu la barriada

Vista aérea de los huertos situados en tierra de nadie, entre Fabra i Puig i la Verneda.

 

Capítol I. Un corto paseo de 95 años : de Begijar al Distrito 10 de Sant Martí de Provençals de Barcelona.

De camino al huerto, como cada mañana desde que me jubilé, atravieso la calle Menorca en dirección a la gasolinera situada al final de la Rambla Prim. Entro en el último tramo de la calle Maresme y a ambos lados de la misma observo como los plátanos de sombra plantados hace más de veinte años han crecido tanto que apenas si vislumbro sus espesas copas siempre en constante movimiento, agitadas sus ramas por una suave brisa en este día de verano. La sombra que proyectan los arboles en este tramo de la calle se agradece, sobre todo a la vuelta cuando vuelvo sudoroso y cansado.

Veo alguna que otra madre rezagada llegando tarde al colegio Els Horts, tirando del niño como si se tratara de un pesado carro de la compra. Al llegar a la gasolinera sigo recto a través de un camino de zarzas, que se angosta poco después. Atravieso un pequeño puente y aparece un sendero repleto de matorrales a ambos lados que  me conduce hacia los huertos que hemos improvisado unos cuantos vecinos procedentes de distintos barrios y distritos de la ciudad condal. En general, somos gente mayor los que rememoramos otros tiempos al labrar la tierra azada en mano. Tiempos de miseria  que aún recordamos grabados en los surcos de nuestro cerebro.

Los huertos levantados en tierra de nadie. Separados los unos de los otros por empalizadas construidas con planchas de metal oxidadas, persianas de plástico abandonadas, palés de madera, puertas viejas, muelles de viejos colchones y con todo aquello que hemos hallado en los vertederos ilegales que abundan por doquier, para impedir que otras personas tengan fácil acceso al fruto de la cosecha de patatas, de berenjenas, tomates o  judías verdes, cebollas y zanahorias, entre otros productos, que cada temporada plantamos más por la ilusión que el resultado, más por sentirse útil todavía y para distraer el tiempo que aún nos queda por vivir. Distribuidos y asignados éstos por aquel que primero llega ahí se queda, dependiendo únicamente de la cantidad de tierra que sea capaz cada uno de labrar y siempre con el temor de que el Ayuntamiento decida echarnos algún día, para que puedan empezar las obras del AVE.

Mis pensamientos revolotean en mi mente como mariposas alrededor de las flores, vienen y van y las palabras resuenan claras como si no hubieran transcurrido más de 70 años. Recuerdo a mi padre y a mi tío sentados a la puerta de nuestra casa preguntándome donde me había hecho daño. En la boquilla, contestaba yo. Y con ese mote me quedé, “el boquilla”, durante el tiempo que pasé correteando por los sembrados, jugando a pelota en las eras, tirándole piedras a los enemigos que habían sido mis amigos hacía unos instantes, hasta que se nos cruzaron los cables por una falta mal señalada por el árbitro y olvidado el balón entre los matojos ahora tocaba lanzarse piedras los unos a los otros hasta que acertabas y le partías la crisma a uno o te la partían a ti. De ahí nació mi mote, el boquilla, de una piedra lanzada con acierto para mi desgracia. Prácticamente los mejores años de mi vida, sin contar este tiempo que llevo de jubilado.

Un mes antes de mi nacimiento en Begíjar, un pueblo sembrado de olivos de la provincia de Jaén, el 18 de enero de 1919, comenzaba la Conferencia de Paz, en el palacio de Versalles, con la participación de las 27 naciones vencedoras de la primera guerra mundial, bajo la dirección del denominado Comité de los Cuatro, EEUU, Reino Unido, Francia e Italia. Qué buen momento para nacer. Quién podía sospechar que todo el esfuerzo por reconstruir Europa y todos los tratados que llegaron a firmarse con posterioridad a la firma de los 440 artículos que contenían el Tratado de Paz, para consolidar las fronteras e incluso la creación de la Sociedad de Naciones, no iban a servir para evitar la segunda guerra mundial.

El propio presidente de la República durante la guerra civil española, Manuel Azaña, llegó a manifestar que “el tratado de Versalles se cae a pedazos, y con él la Sociedad de Naciones que lo custodia”. Sobre todo si tenemos en cuenta la respuesta de ésta a la petición que Miguel Santaló, presidente del Consejo de Trabajo de la República Española, envió el 31 de marzo de 1938, unos días después de los terribles bombardeos sobre Barcelona, en la que solicitaba que la Sociedad de Naciones condenara a Italia por el bombardeo sobre la ciudad de Barcelona. Santalo argumentaba que el bombardeo violaba una resolución que había sancionado la Sociedad de Naciones el 25 de julio de 1932, que protegía el bombardeo aéreo sobre objetivos civiles. La respuesta por parte de la Sociedad de Naciones señalaba que el Protocolo de 1925, relativo a la prohibición del empleo de gases asfixiantes, tóxicos o similares y de medios bacteriológicos en la guerra, había creado los principios vigentes del derecho internacional. Pero sostenía que este protocolo no se aplicaba a los bombardeos aéreos, y por lo tanto, no era relevante.

1919 fue un año caliente en prácticamente todo el mundo: el triunfo de la clase obrera rusa en la Revolución de Octubre sacudía un mundo convulsionado por la lucha de clases tras la primera guerra mundial. En Jaén , en donde los conservadores, apoyados por caciques locales, ganaron las elecciones de 1918 y 1919, su líder Prado y Palacio, propuso la creación de un bloque que aglutinara a las fuerzas conservadoras, alarmado por las más de 50 huelgas que ese año hubo en la provincia.

Entre el 5 de febrero y el 21 de marzo de 1919, la Barcelona fabril se quedaba sin electricidad. Se estaba desarrollando la gran Huelga de la Canadiense, cuyo paro detenía las industrias y arrancó una huelga general. Después de 44 días, los trabajadores vencían conquistando la jornada laboral de 8 horas.

Yo había nacido con un tratado de paz bajo el brazo y con un decreto que reducía la jornada de trabajo a ocho horas. Podía haber sido un buen presagio, pero no lo fue, y a mis dieciocho años, en febrero de 1938, ingresaba como voluntario en la Guardia de Asalto, creada por Azaña, a instancias de mi hermano mayor quien me aconsejó que entrara en la Academia, para evitar así el frente. Fui destinado a la Compañía de Depósito en Benicasin, pasando en el mes de marzo del mismo año a Barcelona,   al veintiún Grupo de Asalto, ochenta y dos compañía, tomando parte como fuerza de choque en determinados frentes de Catalunya, hasta el día 5 del mes de enero de 1939, en el que fui hecho prisionero, junto a otros compañeros en la localidad de Vinaixa. Recuerdo ese día como uno de los más terribles de mi vida. Sobre las cinco de la mañana llegamos al pueblo de Vinaixa, descendimos de los vehículos y el mando ordenó desplegarse y avanzar hacia el enemigo, que estaba provisto de toda clase de armamento. En cuanto fuimos divisados por las tropas fascistas estas emplearon a fondo la artilleria, con la cual, si el día permanece una hora más no hubiéramos quedado ninguno de nosotros vivos. La matanza fue horrible.  El fuego de mortero enemigo aniquiló a nuestras tropas. Los pocos que permanecimos vivos durante la noche, desconociendo el terreno, fuimos capturados a la mañana siguiente por fuerzas de Flechas Negras y Flechas Azules, que eran los que operaban en aquella zona. Fuimos custodiados por éstos el resto de la noche y al día siguiente nos condujeron a un campo de concentración  provisional en las proximidades de una estación de ferrocarril. La tarde del día 6 de enero nos embarcaron en un tren de transporte de animales. Nuestra primera parada fue la estación de tren de Logroño. Nos ordenaron descender y fuimos internados en un gran almacén o fábrica de aceites, donde permanecimos toda la noche.

Los campos de concentración como primera escuela de adaptación a un régimen que hizo de la represión una de sus piedras angulares, si no su principal soporte, así como una voluntad manifiesta de sumisión de los vencidos y de sometimiento al nuevo régimen. 

Al día siguiente subimos de nuevo al tren y fuimos transportados hasta el campo de concentración de Miranda de Ebro. El campo de concentración estaba situado entre las instalaciones ferroviarias y el río Bayas. Era un solar de 42.000 m² perteneciente a la empresa Sulfatos Españoles SA. La construcción del campo la llevaron a cabo los propios ciudadanos mirandeses de manera forzosa en 1937, en apenas dos meses el campo ya estaba activo, pero sus condiciones eran lamentables.

Allí permanecí sólo un mes, porque fuí trasladado en unión de otros cincuenta prisioneros, aproximadamente, al pueblo de El Toro, cercano a Teruel, donde fuimos incorporados al Batallón de Trabajadors número 26, que se hallaba construyendo una carretera. En su mayoría los prisioneros eran vascos y portaban una gorra con la letra T dibujada en la parte superior, para distinguirlos del resto del personal. Yo, que había estado trabajando desde los quinze años machacando piedra en los túneles y las carreteras de los pueblos de Jaén, tuve que enseñarles como se hacían determinados trabajos, para que no gastaran sus fuerzas inutilmente.

Al finalizar la guerra fuimos trasladados a Viella y más tarde a Santa Eulàlia de Teruel, en ambos pueblos permanecimos pocos dias, siempre realizando algún que otro trabajo. En Caudiel, Castellón, nuestra permanencia fue superior, dado que nos dedicamos a recuperar toda clase de material bèlico abandonado, empezando por las  alambradas. Una vez terminado el trabajo en el pueblo de Caudiel pasamos a Gérica, Castellón, en cuyo lugar permanecí menos tiempo, tal vez porque con frecuencia se iban incorporando a sus propiedades aquellos que por motivo de guerra tuvieron que abandonarlas, por lo que el Batallón  de Trabajadores se trasladó al pueblo de Requena, Valencia, en cuyo lugar nuestra principal dedicación fue hacer trabajos de limpieza.

El día 31 del mes de agosto de mil novecientos treinta y nueve, se disolvió el batallón de trabajadores y para ello el mando nacional fascista dispuso que el personal mayor, que en su mayoría eran naturales del norte de España  y que habían permancido en el Batallón durante prácticamente toda la guerra, podían regresar a casa, libres de todo. Sin embargo, para el personal joven comprendido en las quintas, como era mi caso, el mando vencedor había previsto que nos presentáramos en la Zona de Reclutamiento correspondiente, no sin antes habernos entregado toda la documentación. El teniente que nos dio las órdenes nos rogó que nos presentáramos sin demora, pues de no hacerlo se nos podría considerar prófugos. Así lo hice, y al haberme incorporado antes del día veintinueve de mayo del mil novecientos cuarenta se me concedió el "beneficio", tras tres años de servicio militar en la doma, de licenciarme en la zona nacional. 

Fui destinado a la zona de reclutamiento número 15 de Jaén y a  comienzos del mes de septiembre me trasladaron a la Yeguada Militar de Córdoba , donde permanecí hasta el 27  de agosto de 1940, para más tarde pasar al Depósito de Recría y doma de Écija, Sevilla, donde permanecí hasta el 20 del mes de abril del año 1942. En esa fecha me licenciaron en virtud de la Orden de 13 de abril de 1942 (D.O número 84).

Más tarde, en enero de 1943, fuí movilizado por mi quinta y destinado al 12 Regimiento Mixto de Caballeria en Sevilla, pasando por destino al Regimiento de Artillería 14, de la mencionada ciudad. Allí permanecí hasta el día 8 de marzo del mismo año, pasando a la vida civil por habérseme concedido prórroga de primera clase, debido a la petición que mi madre envió solicitando mi presencia en nuestro hogar porque era necesaria mi aportación económica, para poder subsistir, dado que mi padre era el único que trabajaba de vez en cuando y tenía que sustentar a toda mi familia.

 

La Generalitat de Catalunya, el 17 de marzo del año 2003, vino a resolver, mediante una resolución del Secretario General del departamento de la Presidencia, de fecha 14 de marzo, la concesió de 901,52 euros en concepto de indemnización por haber sufrido privación de libertad, de acuerdo a lo establecido en el Decreto 288/2000, de 31 de agosto.

 

Barcelona bombardeada por la aviación fascista italiana.

Las previsiones hechas por mi hermano no se llegaron a cumplir, pues Barcelona fue atacada desde noviembre de 1936 y en particular desde febrero de 1937 por mar y aire por las tropas fascistas de Franco, por la aviación italiana y por el tercer Reich alemán. Los días 16, 17 y 18 de marzo de 1938 la ciudad sufrió uno de los bombardeos más duros de su historia. 44 toneladas de bombas después del inicio de los ataques fueron lanzadas por parte de la Aviazione Legionaria Italiana.

Los bombardeos habían empezado a las 22.08 horas del día 16 de marzo. Los peores  tuvieron lugar a las 14 horas del jueves 17 de marzo de 1938. Las bombas no iban dirigidas a objetivos militares. Las lanzaron deliberadamente en el centro, la zona más poblada de la ciudad. Los aviones Saboya S81 y S79, los más eficaces bombarderos de los que disponía en aquel momento la aviación fascista italiana, fueron los encargados de perpetrar semejante atrocidad y matanza.

Los aviones italianos realizaron los raids sobre la ciudad, con intervalos aproximados de tres horas. Ninguna otra ciudad había sido antes bombardeada desde el aire de forma tan sistemática y durante tanto tiempo. Los ataques carecían de objetivos militares en una ciudad abierta, sin defensas y con pocas instalaciones estratégicas. Sus habitantes eran mujeres, ancianos y niños, pues los hombres estaban en el frente. Los fascistas buscaron crear pánico, desconcierto y desmoralización con incursiones múltiples, inesperadas e ilógicas.

El mismo Chamberlain, primer ministro del Reino Unido por aquel entonces, calificó de monstruoso, el crimen bestial que perpetró la aviación fascista en Barcelona esos días. Este ministro que había negado al Gobierno republicano el derecho a comprar cañones antiaéreos para defender y proteger al pueblo, se manifestó horrorizado y disgustado ante tremenda matanza de civiles. El Eje se estaba entrenando para lo que después fueron las destrucciones de Londres y Varsovia.

Cuando llegué a la ciudad de Barcelona, un día después de los bombardeos, el 19 de marzo, vi horrorizado el tremendo daño que habían causado las bombas en el centro de la ciudad. Lejos de poner fin a estos bombardeos indiscriminados, las fuerzas del Eje continuaron sembrando la muerte y la destrucción a lo largo de toda la contienda. 

Mi compañía realizaba guardias en algunos edificios estratégicos de la ciudad, entre ellos, uno situado en la parte superior de un edificio de la Vía Layetana. Era un nido de ametralladoras dispuesto para disuadir cualquier intento de subversión contra el gobierno republicano, viniera de donde viniera. La aviación italiana dejó caer justo al lado de donde me encontraba, el 19 de julio de 1938, varias bombas que estuvieron a punto de acabar con mi vida. Cayeron en el número 32-34 de la Vía Layetana, y la catedral recibió dos bombas que destrozaron parte de la capilla del Sacramento. Al efectuarse el bombardeo de madrugada no causó víctimas entre los civiles, pero yo me llevé un buen susto.

Un mes más tarde, el 19 de agosto, durante la madrugada los aparatos de la invasión realizaron un nuevo bombardeo de la población civil de Barcelona lanzando al núcleo urbano una gran cantidad de explosivos que causaron muchas víctimas. Parte de las bombas circundaron la catedral. Esta agresión dirigida exclusivamente contra la población civil, coincidió con la llegada a la ciudad de los comisionados ingleses, encargados de investigar los bombardeos aéreos de ciudades abiertas. De nada sirvió que la prensa inglesa al dia siguiente destacara en grandes titulares este ataque, puesto que las fuerzas fascistas continuaron bombardeando Barcelona hasta pocas horas antes del final de la contienda.

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